El mundo del vino está en constante evolución. Nuevas variedades, técnicas más sostenibles, etiquetas que se salen del molde… y ahora, los vinos sin alcohol. ¿Son vinos de verdad? ¿Vale la pena probarlos? ¿Qué papel pueden tener en la cultura del vino?
Aunque aún hay cierto escepticismo, lo cierto es que los vinos desalcoholizados —porque eso es lo que son, vinos a los que se les ha retirado el alcohol— han llegado para quedarse. No se trata de zumos de uva ni de refrescos disfrazados, sino de elaboraciones que parten del vino tradicional y que, a través de distintos métodos, eliminan el alcohol manteniendo parte del carácter original.
¿Cómo se elaboran?
El proceso empieza igual que cualquier vino: con la fermentación del mosto. Es decir, se deja que las levaduras transformen los azúcares de la uva en alcohol. Lo interesante es que, una vez terminado el vino, se somete a una técnica específica para eliminar ese alcohol.
Hay varias formas de hacerlo, pero las más comunes son:
- Evaporación al vacío: se calienta el vino a baja temperatura en una atmósfera reducida, lo que permite que el alcohol se evapore sin dañar demasiado los aromas.
- Osmosis inversa: se filtra el vino a través de membranas que separan las moléculas de alcohol del resto de componentes.
- Cono rotatorio: un sistema más técnico (y más caro), donde el vino se separa en capas por centrifugación para extraer el alcohol sin afectar demasiado los compuestos aromáticos.
Después, el vino se “recompone” lo mejor posible, intentando mantener equilibrio, estructura y expresión, aunque lógicamente la ausencia de alcohol cambia la sensación en boca. No hay cuerpo cálido ni persistencia larga, pero sí puede haber frescura, fruta, acidez… y si está bien hecho, incluso cierta complejidad.
¿Merece la pena abrirse a esta categoría?
Sinceramente, todavía soy un poco reacia. Me cuesta imaginar el vino sin ese punto de calidez, de estructura, de pausa que le da el alcohol. Pero reconozco que la curiosidad empieza a picarme. Cada vez veo más referencias, más gente que los incorpora a su día a día, y me intriga entender qué pueden ofrecer desde otro lugar.
De momento, observo desde cierta distancia, con ganas de que alguna copa me sorprenda. Porque al final, el vino —con o sin alcohol— también va de eso: de dejarse sorprender.