Hay frases que se repiten tanto que acabamos creyéndolas. “Yo no bebo blanco, que me sube más”. “El blanco emborracha enseguida”. “Con el tinto aguanto mejor”. ¿Te suena? Es uno de los mitos más extendidos en torno al vino… y también uno de los más injustos para el vino blanco.
Pero vayamos por partes.
Lo que sí es cierto: cómo se bebe el vino blanco
Más que el vino blanco “suba más”, lo que pasa es que lo solemos beber de otra manera.
Suele servirse más frío, en momentos más informales o sociales, cuando el cuerpo no está muy centrado en lo que bebe, sino en el momento. ¿Y qué ocurre cuando algo entra fresquito, con acidez viva y menos tanino? Pues que entra fácil. Muy fácil. A veces demasiado.
El vino blanco suele invitar a beber más rápido, con menos atención. No porque tenga más alcohol (de hecho, muchas veces tiene menos), sino porque no parece tan “peligroso”. Pero lo es. O al menos, lo puede ser si se bebe sin ritmo.
La trampa del frescor
Un blanco joven, afrutado y bien frío entra solo. Apenas deja sensación en boca, no pesa, no reseca. Y esa sensación de ligereza puede engañar. Mientras que un tinto con cuerpo avisa: ralentiza, se hace notar, pide masticarlo. El blanco, en cambio, parece inofensivo.
¿Resultado? Bebemos más cantidad en menos tiempo. Y claro: se sube.
El alcohol no tiene color
El tipo de vino no determina su efecto, sino su graduación alcohólica (que puedes consultar en la etiqueta) y sobre todo, cómo lo bebes.
Hay blancos de 13,5 o 14 grados. Y hay tintos de 12. Todo depende del estilo, la variedad, la zona, el tipo de vinificación. No es cuestión de color, sino de contexto.
El mito de que el vino blanco “emborracha más” no tiene base científica. Tiene base cultural. Nos emborracha más cuando lo tomamos sin darnos cuenta.
¿Y entonces? ¿Me paso al tinto?
No hace falta renunciar a nada, solo prestar más atención a cómo bebemos.
El blanco no es más traicionero. Simplemente, a veces no le prestamos el respeto que sí damos al tinto. Y quizá deberíamos.
Porque el vino blanco también tiene estructura, complejidad, capas. No todo es aperitivo y terraza. Hay blancos con alma, con crianza, con historia. Que también invitan a beber despacio. A escuchar.
En resumen
No, el vino blanco no emborracha más. Emborracha mal beber. Sea lo que sea.
La clave no está en el color del vino, sino en el ritmo, en la atención, en la forma de acompañarlo.
Y como todo en el mundo del vino: no se trata de evitar, sino de entender.