A veces un vino te atrapa no solo por lo que ofrece en la copa, sino por todo lo que hay detrás: el lugar, la uva, la forma de entender la viticultura. Eso me pasó con Alquez, un vino de Bodegas Sommos Garnacha elaborado con Garnacha tinta de viñas viejas, plantadas a más de 800 metros de altitud en Murero, dentro de la Denominación de Origen Calatayud.
Desde el primer momento transmite identidad. En nariz aparece la fruta roja y negra madura, sí, pero lo interesante está en los matices: notas minerales, toques de cacao, café y especias suaves. Hay profundidad, pero también frescura. Nada está fuera de lugar.
En boca es amplio y jugoso, con taninos maduros y un equilibrio muy conseguido entre fruta, acidez y estructura. La crianza en roble francés (12 meses) está muy bien integrada: aporta complejidad sin disfrazar el carácter de la uva ni del terreno.
Lo que más me gustó de este vino fue precisamente eso: que no pretende impresionar con fuegos artificiales. Es un vino serio, que se expresa con naturalidad, con esa elegancia que solo se encuentra cuando el viñedo tiene historia y se respeta el origen.
Alquez nace de Bodegas Sommos Garnacha, el proyecto que esta reconocida bodega aragonesa ha impulsado en Murero. Una zona de enorme potencial, donde la Garnacha crece en altura, en suelos pobres y de fuerte contraste térmico. Viñas viejas, rendimientos bajos y una filosofía clara: dar valor al entorno y elaborar vinos con carácter propio.
La DO Calatayud, situada al suroeste de la provincia de Zaragoza, es una denominación marcada por la altitud, las laderas abruptas y una Garnacha que ha sabido adaptarse con fuerza a su medio. En los últimos años, está mostrando una personalidad propia dentro del mapa de los vinos aragoneses: menos domesticada, más mineral, con un perfil que combina madurez con tensión. Alquez es un ejemplo muy representativo de todo eso.
Un vino con capas, con tiempo, con historia. De esos que no se explican en dos frases, pero que sí se entienden con una copa delante.