Albada Blanco: cuando el vino amanece

Cada amanecer, cuando la luz empieza a extenderse sobre los viñedos de Villarroya de la Sierra, comienza también la historia de este vino.
Albada Blanco lleva el nombre de un canto tradicional aragonés que los agricultores entonaban al despuntar el día, antes de ir al campo.
Era un canto de esperanza, de inicio y de vínculo con la tierra.
Y ese mismo espíritu —el de quienes madrugan, trabajan juntos y creen en lo que hacen— es el que da sentido a este vino.

La bodega: el valor de seguir siendo muchos

En el corazón de Villarroya de la Sierra, Bodegas Virgen de la Sierra representa desde 1954 la fuerza de lo colectivo.
Nació como una cooperativa cuando el vino todavía era una parte inseparable de la vida del pueblo.
Decenas de viticultores unieron su esfuerzo y su conocimiento para crear un proyecto que diera valor a su trabajo y continuidad a una tradición que no se entendía de otra manera: en comunidad.

A lo largo de los años, la bodega ha sabido adaptarse sin renunciar a su esencia.
Ha modernizado sus instalaciones, ha cuidado la calidad de cada vino y ha mantenido intacta su filosofía: la de producir desde la tierra y para la tierra.
Aquí, cada socio conserva su parcela, su historia y su forma de entender el viñedo, pero todos comparten una misma raíz.
Y ese equilibrio entre lo individual y lo colectivo es, precisamente, lo que convierte a esta bodega en una de las más auténticas de la DO Calatayud.

En un mundo donde tantas bodegas buscan distinguirse por la exclusividad, Virgen de la Sierra sigue defendiendo algo más profundo:
que el vino también puede ser un acto de unión, una forma de cuidar el territorio y de hacer visible la identidad de quienes lo trabajan.

Macabeo en altitud: frescura y claridad

El Albada Blanco nace de uvas Macabeo cultivadas en viñedos de altura, donde el clima extremo de Calatayud —con inviernos fríos, veranos secos y noches frescas— imprime carácter a la uva.
La amplitud térmica permite una maduración lenta, lo que se traduce en equilibrio y expresión.

En copa, el vino se muestra limpio, luminoso y franco.
Aromas de fruta blanca y flores se entrelazan con una sensación mineral que recuerda al paisaje pedregoso del que procede.
En boca, es vivo y fresco, con una acidez que sostiene su elegancia sin perder naturalidad.
Su final es sereno, casi silencioso, como esa calma que queda después del primer canto del amanecer.

No busca deslumbrar ni disfrazarse; simplemente muestra lo que es: un blanco honesto, claro y fiel a su origen.

El eco del amanecer

El nombre Albada no solo alude a la primera luz del día, sino también a una forma de mirar el mundo.
Habla del comienzo, de la esperanza, de la serenidad que llega cuando se confía en la tierra.
Y, en cierto modo, este vino encarna todo eso.
Es un homenaje a los viticultores que madrugan para cuidar sus viñas, a los pueblos que mantienen viva su identidad, y a una forma de entender el vino que no se rinde a las modas.

Cada sorbo de Albada Blanco es también una forma de recordar de dónde venimos:
de los cantos que saludaban el amanecer,
de las manos que compartían el trabajo,
y de la tierra que sigue siendo la misma, generación tras generación.

La claridad del origen

Albada Blanco no necesita adornos.
Su belleza está en su sencillez, en su verdad y en la historia que lo sostiene.
Es un vino que sabe a tierra, a mañana y a trabajo.
Y que nos recuerda que cada día —como cada cosecha— empieza con un gesto sencillo: creer en lo que uno hace y hacerlo bien.

Scroll al inicio